miércoles, 8 de diciembre de 2010

Las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe

El sábado 9 de diciembre de 1531, la Virgen María se apareció en el cerrito del Tepeyac a un indio llamado Juan Diego, quien después de oír un canto precioso de pájaros escuchó la voz de una doncella que lo llamaba por su nombre y lo invitaba a subir hasta donde Ella estaba.

Fue a su encuentro y Ella le reveló su voluntad, le dijo” yo soy la perfecta siempre Virgen Santa María Madre del Verdaderísimo Dios. Mucho deseo que aquí me construyan mi templecito, para allí mostrárselo a ustedes, entregárselo a Él, a Él que es todo mi amor, mi mirada compasiva. Porque yo soy madre compasiva de todos Ustedes, tuya y de todas las gentes que aquí en esta tierra están en uno y de los demás variados linajes de hombres, los que me invoquen confiando en mi intercesión porque allí estaré siempre dispuesta a escuchar su llanto, curar sus miserias y dolores”.

Luego envió a Juan Diego a ver al Obispo de México para que narrara cuanto quería. El obispo no creyó y Juan Diego pidió a la Señora que enviara a uno de los nobles porque él era hombre sencillo, Ella le contestó “escucha, mi hijo más querido, es muy necesario que tu abogues por mí, para que mi voluntad se cumpla”.

Juan Diego fue a ver al obispo otra vez, pero le dijo que era necesaria una señal para ser creído, entonces Juan Diego dijo a la Señora del cielo la respuesta y ella le contestó: “volverás aquí mañana para que puedas llevar al obispo la señal”.

Pero a la mañana siguiente, Juan Diego ya no regresó porque cuando llegó a su casa, a su tío Juan Bernardino se le había sentado la enfermedad, estaba muy grave. Su tío le pidió que llamara a un sacerdote para que lo confesara y Juan Diego enseguida fue a llamarlo, cuando alcanzó la colina dijo: “Si sigo de frente no vaya a ser que me vea la Señora, porque me detendrá para que lleve la señal al obispo, pero primero debo llamar al sacerdote, mi tío lo está esperando”.

En seguida subió por la otra parte, se imaginaba que no iba a verlo, pero la Virgen le vino al encuentro y le dijo: “¿Qué hay, Hijo mío el más pequeño? ¿A dónde vas?” él se apenó y le dijo: “Virgencita está gravísimo mi tío. Una gran enfermedad en él se ha asentado, no tardará en morir. Ahora voy por un sacerdote para que lo confiese, apenas termine, de inmediato regresaré para ir a llevar tu palabra”. Ella le contestó: “Presta atención hijo: No es nada lo que te aflige, no se altere tu corazón. No temas esta enfermedad, ni otra alguna. ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi amparo? Que ya nada te angustie, no te aflija la enfermedad de tu tío, no morirá ahora de ella. Te doy la plena seguridad de que ya sanó” (exactamente entonces sanó su tío, como después se supo).

Se consoló y le suplicó que de inmediato lo enviara a ver al obispo, Ella le dijo: “Sube, Hijito mío, arriba del cerrito, donde me viste y te di órdenes. Allí verás diversas flores: córtalas, luego bájalas aquí ante mi presencia”. Al llegar a la punta del cerrito se sorprendió de que hubieran brotado tan frescas flores ya que no era tiempo en que se daban. Las cortó, luego las trajo a la Virgen, la que le dijo: “Hijo mío, estas rosas son la prueba y te pido que abras tu ayate solamente en la presencia del obispo. Juan Diego llevó la prueba al obispo, desplegó su tilma, y así, al tiempo en que se esparcieron las flores, apareció de improviso la imagen de la Virgen, tal como ahora se conserva en su templo del Tepeyac.

Su tío dijo al obispo cómo Ella lo curó y le dio el mensaje que a su preciosa imagen se le llamara “la SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA DE GUADALUPE”. El obispo movió la imagen a la iglesia Mayor y la ciudad entera fue para admirar su preciosa imagen. Se maravillaron en la manera milagrosa que había aparecido desde que nadie en la tierra había pintado su amada imagen.

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