“LA CRUZ A CUESTAS”
Cuenta la historia, que hubo un joven que caminaba por el sendero de la vida, cargando su cruz sobre sus hombros. De repente se le apareció un señor muy imponente, vestido con un extraño traje rojo que le dijo:
-“Pero hombre ¿Qué estás haciendo con semejante cruz encima? No tiene sentido. ¿Por qué no le cortas un poco los extremos así la carga se te hará más liviana?”.
El joven, luego de pensarlo un poco, creyó que esa era una opción para evitar tanto esfuerzo. Fue así que limó los extremos de la cruz y continuó su camino. A los pocos metros, el señor de rojo se hizo presente nuevamente, y al verlo, le insisitió:
-“¿Pero qué te dije amigo? No la has achicado casi nada. Córtale las puntas un poco más. Estás arrastrando una cruz demasiado pesada, pudiendo sacrificarte menos para llevarla. No seas tonto”.
Y el joven volvió a cortar los extremos de la cruz, y sintiéndose ahora un poco más aliviado, se dispuso a proseguir con su camino. Al poco tiempo de avanzar, el señor de rojo volvió a cruzarse ante él y lo invitó a que una vez más cortara su cruz para hacerla así, menos pesada. Entonces el joven se detuvo e hizo su cruz, notablemente más pequeña, hasta lograr cargarla con una sola mano. Siguió caminando y a medida que avanzaba, pudo divisar una gran luz blanca al final del camino. Cuando llegó a este punto se encontró con Dios, quien le dijo:
-“Bienvenido hijo mío a la Gran Puerta del Paraíso”.
Y el joven, un tanto preocupado, le preguntó:
-“Pero Dios... ¿Dónde está la puerta que no la veo?”
Y el Señor, con su dedo índice apuntando hacia arriba, señaló una puerta en lo alto y le dijo:
-“Es aquella que está allá en las alturas, y para entrar sólo debes abrirla”.
El joven, invadido por los nervios, le pidió a Dios que le indicara cómo podría llegar hasta la puerta, a lo que el Señor le contestó:
-“Para eso tienes tu cruz. Debes apoyarla sobre esta pared y escalar hasta la puerta. Esta cruz que has estado cargando durante toda tu vida tiene la medida exacta para que llegues a la Puerta del Cielo. De otra forma es imposible”.
En cuanto el muchacho escuchó aquellas palabras, se sintió invadido por el dolor, y estando a punto de llorar, dijo:
-“Pero Señor... mi cruz ya no tiene ese tamaño. Yo le hice caso a un hombre de traje rojo que durante todo mi camino estuvo acechándome, tratando de convencerme para que yo mismo me facilite las cosas. Y me convenció. Yo hice mi carga más liviana por consejos de él”.
Dios le miró tiernamente y le explicó:
-“Ay Hijo Mío... Te has dejado tentar, y mira ahora lo que te ha pasado. ¿Te das cuenta que las malas influencias terminan perjudicándote?”.
Cuenta la historia, que hubo un joven que caminaba por el sendero de la vida, cargando su cruz sobre sus hombros. De repente se le apareció un señor muy imponente, vestido con un extraño traje rojo que le dijo:
-“Pero hombre ¿Qué estás haciendo con semejante cruz encima? No tiene sentido. ¿Por qué no le cortas un poco los extremos así la carga se te hará más liviana?”.
El joven, luego de pensarlo un poco, creyó que esa era una opción para evitar tanto esfuerzo. Fue así que limó los extremos de la cruz y continuó su camino. A los pocos metros, el señor de rojo se hizo presente nuevamente, y al verlo, le insisitió:
-“¿Pero qué te dije amigo? No la has achicado casi nada. Córtale las puntas un poco más. Estás arrastrando una cruz demasiado pesada, pudiendo sacrificarte menos para llevarla. No seas tonto”.
Y el joven volvió a cortar los extremos de la cruz, y sintiéndose ahora un poco más aliviado, se dispuso a proseguir con su camino. Al poco tiempo de avanzar, el señor de rojo volvió a cruzarse ante él y lo invitó a que una vez más cortara su cruz para hacerla así, menos pesada. Entonces el joven se detuvo e hizo su cruz, notablemente más pequeña, hasta lograr cargarla con una sola mano. Siguió caminando y a medida que avanzaba, pudo divisar una gran luz blanca al final del camino. Cuando llegó a este punto se encontró con Dios, quien le dijo:
-“Bienvenido hijo mío a la Gran Puerta del Paraíso”.
Y el joven, un tanto preocupado, le preguntó:
-“Pero Dios... ¿Dónde está la puerta que no la veo?”
Y el Señor, con su dedo índice apuntando hacia arriba, señaló una puerta en lo alto y le dijo:
-“Es aquella que está allá en las alturas, y para entrar sólo debes abrirla”.
El joven, invadido por los nervios, le pidió a Dios que le indicara cómo podría llegar hasta la puerta, a lo que el Señor le contestó:
-“Para eso tienes tu cruz. Debes apoyarla sobre esta pared y escalar hasta la puerta. Esta cruz que has estado cargando durante toda tu vida tiene la medida exacta para que llegues a la Puerta del Cielo. De otra forma es imposible”.
En cuanto el muchacho escuchó aquellas palabras, se sintió invadido por el dolor, y estando a punto de llorar, dijo:
-“Pero Señor... mi cruz ya no tiene ese tamaño. Yo le hice caso a un hombre de traje rojo que durante todo mi camino estuvo acechándome, tratando de convencerme para que yo mismo me facilite las cosas. Y me convenció. Yo hice mi carga más liviana por consejos de él”.
Dios le miró tiernamente y le explicó:
-“Ay Hijo Mío... Te has dejado tentar, y mira ahora lo que te ha pasado. ¿Te das cuenta que las malas influencias terminan perjudicándote?”.
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