Héctor O. Cabrera Ruvalcaba
San Pablo, originalmente llamado Saulo, nació en Tarso (actual Turquía). Tuvo una vida recta a la vista de muchos, cumplía con las normas y reglas que la religión judía requería. Era una persona culta, cumplida con sus actividades, pero con un enorme vacío en el corazón.
En aquella época, el pueblo cristiano fue perseguido y lastimado, se burlaban de su gente y los apedreaban. Los primeros apóstoles fueron atacados, arrojados a los leones y torturados; pero se preguntarán, ¿por qué ocurrían estos acontecimientos?, la respuesta es sencilla: Jesús rompió con la falsa creencia, basada en intereses materiales y personales, donde era común la traición y otras cuestiones como los asesinatos.
Todas estas acciones eran parte de una sociedad que difícilmente aceptaría cambios tan radicales en su forma de vivir y actuar, mucho menos concebían la idea de amar a los enemigos, abandonar todo lo mundano, llevar una vida recta, despojarse de sus pertenencias y ofrecer sus vidas a Dios.
Precisamente este es el caso de Pablo, quien no aceptaba ninguna regla que lo perjudicara, o a su Iglesia. En una ocasión, de pronto vio un gran resplandor, era Jesús quien se le revelaba. Pablo tuvo miedo, pero aún así, fue tras esa luz que lo hacía caminar sin razón alguna; de la nada escuchó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues” (Hechos de los Apóstoles 21: 6-10).
Desde ese momento Pablo se convirtió en apóstol, y a diferencia de los demás, fue el único que no conoció a Jesús en carne y hueso, únicamente logró verlo en esta revelación, la cual dio muchos frutos para toda la historia del cristianismo.
A partir de este acontecimiento, Pablo se hizo un verdadero predicador, un ejemplo de vida misionera, ya que viaja a muchos lugares lejanos para llevar el mensaje de salvación de Jesucristo. Puso el ejemplo ante los demás y evitó divisiones entre las comunidades que tenían preferencias por él o por Pedro; con este fin escribió diversas epístolas o cartas, dirigidas a los diversos grupos cristianos que olvidaban poner a Jesús como el primer lugar en sus vidas.
Considero que las epístolas son las mejores traducciones del mensaje de Jesús, son muy digeribles y ayudan a obtener un mejor entendimiento de la palabra de Dios. Por ello, te invito a leerlas y a ser como Pablo, un misionero de fuego, a no tener miedo de predicar, y a ofrecer tu vida al Señor como lo hizo él.
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