
Seguidamente, el Arzobispo Primado de México comentó que este acontecimiento es una nueva epifanía; ya que en Navidad, Jesús se manifiesta a los pastores, luego a los que se encontraban lejos, representados por los Reyes de Oriente; y con su bautismo, se muestra ahora a toda la gente.
Poco después, insistió que el sacramento del bautismo es un regalo de Dios, quien hace descender a su Espíritu, sobre el corazón de los humanos. Luego agregó que “si en el nacimiento corporal recibimos de nuestros padres la vida natural, en el bautismo Dios nos regala su propia vida sobrenatural. Esto es, nada más y nada menos, lo que el bautismo nos da: la vida divina; de tal forma que sin metáforas atrevidas podemos llamar a Dios, ya no solamente el Todo Poderoso, el Infinito, el creador, sino, nuestro Papá”.
En su homilía, el Prelado aseguró que el bautismo es también para el cristiano, una misión, en la que se nos encomienda imitar lo que hizo Jesús: hacer el bien, y servir a Dios a través de nuestra familia, y el ámbito profesional y social en el que nos desarrollemos.
Así, exhortó a los católicos a “comprometernos a dar lo mejor que tenemos para que la paz, la justicia y el desarrollo, lleguen a nuestra ciudad”, considerando que “lo mejor que podemos dar es el Espíritu de Dios” y el anuncio del Evangelio de Jesucristo, “que sigue siendo Buena Nueva, buena noticia, para todo aquél que la quiera escuchar, y que sigue siendo eficaz para cambiar el corazón del hombre”.

“Debemos escuchar a Jesús que hoy nos sigue hablando de muchas y de diversas maneras. Pero escucharlo no significa solamente ponerle atención, significa sobre todo, y ante todo, aceptarlo en nuestra vida; dejar que sus palabras entren a lo más profundo de nuestro corazón. El mismo Jesús, que humilde se acercó a Juan en el Jordán, escondido en los signos del pan y del vino, está por venir a nosotros. Aquí también se manifiesta, aquí también se da una epifanía. Nosotros lo que vemos cada domingo que celebramos la eucaristía, es pan y vino, pero ahí podemos descubrir, como descubrieron los discípulos, a Jesús, que se entrega por nosotros; a Jesús que es presentado por Juan el Bautista diciendo “este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”, concluyó.
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