Durante la misa del mediodía del pasado domingo 29 de Agosto, el Cardenal Norberto Rivera Carrera recordó que en el libro del Eclesiástico o Sirácides, el Señor ha proclamado un conjunto de exhortaciones que reflejan la experiencia cotidiana. Así, en aquella lectura se menciona a la humildad como la virtud que todo cristiano debe desarrollar, ya que ésta es auténticamente religiosa, dado que nos ayuda a encontrar gracia ante Dios.
En su homilía, el Arzobispo Primado de México indicó que las escrituras nos sugieren que en todo momento debemos proceder con humildad, y procurar ser los más pequeños entre los hombres, tal y como lo testimonió Jesús, quien asegura que “el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.
"Para estimularnos y compaginar nuestra máxima realización personal y rendimiento en lo que Dios no ha encomendado con una actitud humilde, fijémonos en el ejemplo de Jesús mismo, el Hombre ideal. Nadie le puede negar las máximas cualidades a la humanidad de Cristo. Y, sin embargo, como nos recuerda San Pablo, “se rebajó a sí mismo, haciéndose en todo semejante a nosotros, pasando por uno de tantos”. Jesús tenía conocimiento de su origen divino, pero se presenta como Siervo de Dios y servidor de todos".
Más adelante, el Prelado retomó las palabras de San Pablo: “no hagan nada con espíritu de rivalidad o por vanagloria”, para señalar que en ocasiones solemos pensar que la humildad no nos permitirá desarrollarnos personalmente, es decir, lograr algún triunfo, y agregó que la humildad más bien implica desarrollar los talentos que Dios nos ha dado, pero sin andar presumiendo de ello.
"La humildad no quiere decir que no desarrollemos las cualidades que Dios nos ha concedido, al contrario, la humildad supone un esfuerzo sincero por estar desarrollando todo aquello que Dios nos dio, pero no vanagloriarnos de aquello como si no lo hubiéramos recibido".
En su reflexión, el Cardenal Norberto Rivera también destacó que la humildad nos invita a tener presente a los pobres y a los más necesitados, y compartir con ellos, todo a manos llenas, pues “si damos sin esperar que nos paguen, la recompensa será grande”. En cambio, aseguró que no hay mérito alguno si damos algo, con la esperanza puesta en recibir más de lo que hemos obsequiado.
El Cardenal concluyó exhortándonos a seguir el ejemplo de María, “la primera cristiana, que consciente de su maternidad divina, en lugar de enorgullecerse”, se designó a sí misma como la servidora y esclava del Señor.
En su homilía, el Arzobispo Primado de México indicó que las escrituras nos sugieren que en todo momento debemos proceder con humildad, y procurar ser los más pequeños entre los hombres, tal y como lo testimonió Jesús, quien asegura que “el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.
"Para estimularnos y compaginar nuestra máxima realización personal y rendimiento en lo que Dios no ha encomendado con una actitud humilde, fijémonos en el ejemplo de Jesús mismo, el Hombre ideal. Nadie le puede negar las máximas cualidades a la humanidad de Cristo. Y, sin embargo, como nos recuerda San Pablo, “se rebajó a sí mismo, haciéndose en todo semejante a nosotros, pasando por uno de tantos”. Jesús tenía conocimiento de su origen divino, pero se presenta como Siervo de Dios y servidor de todos".
Más adelante, el Prelado retomó las palabras de San Pablo: “no hagan nada con espíritu de rivalidad o por vanagloria”, para señalar que en ocasiones solemos pensar que la humildad no nos permitirá desarrollarnos personalmente, es decir, lograr algún triunfo, y agregó que la humildad más bien implica desarrollar los talentos que Dios nos ha dado, pero sin andar presumiendo de ello.
"La humildad no quiere decir que no desarrollemos las cualidades que Dios nos ha concedido, al contrario, la humildad supone un esfuerzo sincero por estar desarrollando todo aquello que Dios nos dio, pero no vanagloriarnos de aquello como si no lo hubiéramos recibido".
En su reflexión, el Cardenal Norberto Rivera también destacó que la humildad nos invita a tener presente a los pobres y a los más necesitados, y compartir con ellos, todo a manos llenas, pues “si damos sin esperar que nos paguen, la recompensa será grande”. En cambio, aseguró que no hay mérito alguno si damos algo, con la esperanza puesta en recibir más de lo que hemos obsequiado.
El Cardenal concluyó exhortándonos a seguir el ejemplo de María, “la primera cristiana, que consciente de su maternidad divina, en lugar de enorgullecerse”, se designó a sí misma como la servidora y esclava del Señor.
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