En su audiencia de ayer, miércoles 25 de mayo, el Papa Benedicto XVI señaló que el Patriarca Jacob es ejemplo de que la oración "es una lucha, en la que hace falta fuerza de ánimo y tenacidad para conseguir la bendición, que sólo alcanzamos cuando reconocemos nuestra debilidad y nos abandonamos" a la misericordia de Dios.
El Pontífice inició su mensaje describiendo la lucha que Jacob mantuvo con un desconocido, pues en un principio no se menciona quién es esa persona, sin embargo, al final del combate se descubre que ese alguien era Dios. Durante la lucha, Dios da a Jacob un nombre nuevo al decirle: ‘No te llamarás más Jacob, sino Israel, porque has combatido con Dios y con los hombres y has vencido’”.
Luego, el Santo Padre agregó que “el episodio de la lucha en Yabboq se ofrece al creyente como texto paradigmático en el que el pueblo de Israel habla del propio origen y delinea los trazos de una particular relación entre Dios y el hombre. Por esto, como afirma también el Catecismo de la Iglesia Católica, ‘la tradición espiritual de la Iglesia ha visto en este relato el símbolo de la oración como combate de la fe y victoria de la perseverancia’. El texto bíblico nos habla de la larga noche de la búsqueda de Dios, de la lucha por conocer su nombre y ver el rostro, es la noche de la oración que con tenacidad y perseverancia pide a Dios la bendición y un nombre nuevo”.
“La noche de Jacob en el vado de Yabboq se convierte así para el creyente en punto de referencia para entender la relación con Dios que en la oración encuentra su máxima expresión. La oración requiere confianza, cercanía, casi un cuerpo a cuerpo simbólico no con un Dios enemigo, adversario, sino con un Señor que bendice que permanece siempre misterioso, que aparece inalcanzable”, manifestó.
Más adelante, el Sucesor de Pedro indicó que “toda nuestra vida es como esta larga noche de lucha y de oración, que se consuma en el deseo y en el pedido de una bendición de Dios que no puede ser rota o vencida contando solo con nuestras fuerzas, sino que debe ser recibida con humildad de Él, como don gratuito que permite, al final, reconocer el rostro del Señor”.
“Y cuando esto sucede, toda nuestra realidad cambia, recibimos un nombre nuevo y la bendición de Dios. E incluso más: Jacob, que recibe un nombre nuevo, se convierte en Israel”, prosiguió.
Por último, el Papa aseguró que “aquel que se deja bendecir por Dios, se abandona a Él, se deja transformar por Él, hace bendito al mundo. Que el Señor nos ayuda a combatir la buena batalla de la fe y a pedir, en nuestra oración, su bendición, para que nos renueve en la espera de ver su Rostro".
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