miércoles, 10 de noviembre de 2010

Historia de la semana

El Jarro Resquebrajado

En un lugar del bosque, vivía una humilde familia. Cada mañana, el padre tenía que caminar hasta el arroyo, llevando en su espalda dos grandes jarros, los cuales se balanceaban de un lado a otro, jugando con la rama a la que habían sido atados. Uno de los jarros estaba en perfectas condiciones y siempre lucía como nuevo, sin embargo, el otro tenía una pequeña fisura, por lo que en el camino a casa, gota a gota derramaba la mitad del agua que había sido vaciada en él.

Durante dos años eso ocurría diariamente y cuando el señor llegaba a su casa, encontraba siempre un jarro repleto de agua cristalina y otro jarro con tan sólo la mitad de su capacidad. Por obvias razones, el jarro que llegaba lleno, se sentía orgulloso de su logro, haciendo que el pobre jarro agujerado se sintiera avergonzado por su defecto, pues se sentía miserable al sólo poder realizar a medias el trabajo para el que había sido creado.

Un día, después de sentirse tan fracasado, el jarro decidió que era momento de hablar con su dueño, y estando justo frente al arroyo, se atrevió a decirle:
- Tengo vergüenza y quiero disculparme.

Al señor le extrañó el comentario y preguntó:
- ¿Por qué dices eso?, ¿De qué tienes vergüenza?

El jarro inmediatamente explicó:
-Durante los dos últimos años sólo he podido entregar la mitad del agua que me da a cuidar, debido a la fisura que tengo, que deja escapar el agua durante el camino hacía su casa. A causa de mis defectos su familia cuenta con menos agua de la que requiere.

El señor sintió lástima por el viejo jarro resquebrajado y tratando de reanimarlo, le dijo:
- Mientras volvemos a la casa, quiero que observes bien las flores que hay en el camino.

Y así sucedió que mientras subían la colina, el viejo jarro observó cómo el sol calentaba las flores silvestres que estaban al lado del camino, lo que le animó tan sólo un poco, ya que, estando cerca de casa, nuevamente se deprimió al recordar que había dejado escapar el agua de su interior, y volvió a disculparse con su dueño.

El señor miró al pobre jarrito, y una vez más le dijo:
-¿No te fijaste que había flores en tu lado del camino y no en el lado del otro jarro? Eso es porque siempre he sabido tu defecto, y lo aproveché. Planté semillas de flores en tu lado del camino, y cada día al volver del arroyo tú las regabas. Durante los últimos dos años yo he podido recoger éstas hermosas flores para regalárselas a mi esposa, y si no hubieras sido como eres, ella no hubiera tenido esta belleza para adornar la casa.

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