Al mediodía del domingo 12 de junio, el Cardenal Norberto Rivera destacó que ese día celebramos la Fiesta de Pentecostés en la que recordamos la efusión del Espíritu Santo sobre los discípulos de Jesús. Y al referirse a la narración de San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, indicó que éste acontecimiento manifiesta “clara y públicamente la donación del Espíritu de Cristo a su Iglesia que está naciendo”.
"Esa efusión del Espíritu que fue prometida por el mismo Jesús en su discurso-testamento que pronunció en su Ultima Cena: "Yo le pediré al Padre para que les dé otro Paráclito, para que esté siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad", el consolador. En el párrafo del evangelio de San Juan, que hoy hemos escuchado, la promesa de Jesús se convierte en realidad: el Resucitado entra al cenáculo, en donde se hallaban sus discípulos llenos de miedo, los saluda con la paz, y soplando sobre ellos les dice: "Reciban al Espíritu Santo"".
Seguidamente el Arzobispo Primado de México citó los momentos en que el Espíritu Santo se hizo presente en la vida de Jesús, como lo fue en la Encarnación, durante su bautismo en el Jordán y en la Sinagoga de Nazareth, cuando el Hijos de Dios leyó: "El Espíritu del Señor esta sobre mí".
Más tarde, el Prelado señaló que a cada cristiano se nos da el Espíritu Santo a través de carismas y sacramentos, e insistió que aunque éstos son diversos, el Espíritu Santo es el mismo. Luego explicó que un carisma es un don personal, que acompaña al regalo de los sacramentos, los cuales se dan a todos por medio de la Iglesia, y que según el Concilio Vaticano II, el Espíritu Santo reparte sus dones según Él quiere, “con que los dispone y prepara para realizar la obra de Cristo, para que con su oficio se vaya edificando la Iglesia, para la renovación y más amplia edificación de la comunidad de Cristo”.
"El Espíritu Santo viene personalmente a nosotros, pero nos regala sus carismas, sus dones, y nos regala también algo estable en la Iglesia que hace presente al Resucitado, los sacramentos. El Espíritu Santo que se nos da en Pentecostés es ante todo la presencia misma del Resucitado en medio se su Iglesia, el amor mismo de Dios que se derrama en nuestro corazón, se derrama en su Iglesia. Esta presencia del Espíritu de Dios es una presencia personal, es la presencia de la tercera Persona de la Santísima Trinidad, sin la cual no podríamos llamar a Jesús, "El Señor" o “Nuestro Señor”, ni podríamos llamar a Dios "Nuestro Padre". El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia, es el que anima a cada cristiano, es el que le da vida a la comunidad: "Sin el Espíritu Santo, Dios estaría lejos de nosotros”".
Por último, el Cardenal refirió a lo dicho por San Pablo, quien manifestaba que además de ésta diversidad de dones, servicios y actividades, “el Paráclito regala el carisma de la fe y el carisma del apostolado y doctrina, pero esto lo da especialmente a aquellos que reciben un ministerio oficialmente en la Iglesia, para proclamar su palabra, para que sirvan a la comunidad administrando los sacramentos”. Por ello, invitó a luchar por respetarlos y recibirlos con agradecimiento, e impulsar el ejercicio de estos carismas y ministerios que son obsequiados a la comunidad cristiana “para bien de su familia, para bien de toda la comunidad, para bien de la Iglesia entera”.
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