Hace
apenas unos meses anunciábamos con alegría que se cumpliría un anhelo que
parecía imposible: la venida de su Santidad el Papa Benedicto XVI a México.
Hoy
que estamos a unos días de que ese anuncio sea una realidad, dispongámonos a
corresponder a su visita con nuestra cálida hospitalidad mexicana, haciéndole
sentir que nuestra casa es su casa y nuestro corazón está abierto de par en par
para albergarle y acoger su mensaje.
Mucho
se ha comentado que no vendrá al santuario de Guadalupe en la Ciudad de México.
¡Qué más hubiera querido él que venir a postrarse a los pies de la Morenita del
Tepeyac, ante la cual ora, con especial predilección, en el Vaticano! Pero no
le fue posible. Sin embargo no olvidemos que todo México es tierra bendita de
Nuestra Señora de Guadalupe, pues nuestra Madre del cielo prometió su amparo y
auxilio a todos los moradores de estas tierras, y a cuantos aquí la invoquen.
Ella es la anfitriona de esta visita, y así como en el cerro del Tepeyac nos
invitó a ir al encuentro de su Hijo, hoy al pie de otro cerro, la montaña de
Cristo Rey, nos invita a ir a encontrarnos con su Hijo a través de Su
mensajero, nuestro querido Papa Benedicto XVI.
Dice
el profeta Isaías que son hermosos los pasos del mensajero que trae buenas
noticias, y buenas son, en efecto, las noticias que viene a traernos “el dulce
Vicario de Cristo en la tierra”.
Sucesor
de aquél al que le fue anunciado que los poderes del mal no prevalecerán, de
aquél a quien Cristo le pidió que confirmara en la fe a sus hermanos, viene a
reforzar nuestra esperanza para que en estos tiempos en que nos abruma la
oscuridad del pecado, la violencia, la corrupción, la pérdida de valores y la
descomposición social, no desesperemos ni olvidemos que el Señor es nuestra luz
y nuestra salvación.
Sucesor
de aquel, a quien Jesús nombró piedra sobre la que fundó Su Iglesia, viene a
recordarnos que Cristo es el cimiento sobre el que debemos edificar nuestra
existencia.
Sucesor
de aquel a quien Cristo dio las llaves del Reino, y al que le permitió
contemplar Su gloria en el monte santo, viene ahora, al pie de otro monte
santo, a animarnos a no poner los ojos en los poderosos de este mundo sino a
elevarlos a lo alto y fijarlos en los de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del
Universo.
Demos
gracias al Señor por concedernos la bendición y el privilegio de recibir al
Papa en nuestra patria, y, encomendémoslo, por intercesión de Santa María de
Guadalupe, para que su estancia en México sea grata y fecunda, y cuando luego
de visitar la hermana República de Cuba, regrese al Vaticano, se lleve el
recuerdo de nuestro amor y adhesión, y la certeza de que en cada mexicano deja,
de corazón, un hermano.
¡Bienvenido,
Santo Padre!
No hay comentarios:
Publicar un comentario