viernes, 4 de noviembre de 2011

San Martín de Porres

3 de noviembre

Nació en la ciudad de Lima, Perú, el 9 de diciembre de 1579. Fue bautizado en la iglesia de San Sebastián, donde años más tarde Santa Rosa de Lima también lo fuera.

A los doce Martín entró de aprendiz de peluquero, y asistente de un dentista. Tiempo después, conoció al Fraile Juan de Lorenzana, famoso dominico como teólogo y hombre de virtudes, quien lo invitó a entrar en el Convento de Nuestra Señora del Rosario. Las leyes de aquel entonces le impedían ser religioso por el color y por la raza, por lo que Martín de Porres ingresó como Donado, pero él se entrega a Dios y su vida estuvo presidida por el servicio, la humildad, la obediencia y un amor sin medida.

San Martín tuvo un sueño en el que Dios le decía: "Pasar desapercibido y ser el último". Su anhelo más profundo siempre fue de seguir a Jesús. Se le confió la limpieza de la casa; por lo que la escoba sería, con la cruz, la gran compañera de su vida.

El 2 de junio de 1603 se consagra a Dios por su profesión religiosa. El P. Fernando Aragonés testificará: "Se ejercitaba en la caridad día y noche, curando enfermos, dando limosna a españoles, indios y negros, a todos quería, amaba y curaba con singular amor". La portería del convento es un reguero de soldados humildes, indios, mulatos, y negros; él solía repetir: "No hay gusto mayor que dar a los pobres".

Pronto la virtud del santo dejó de ser un secreto. Su servicio como enfermero se extendía desde sus hermanos dominicos hasta las personas más abandonadas que podía encontrar en la calle.

Cuando vio que se acercaba el momento feliz de ir a gozar de la presencia de Dios, pidió a los religiosos que le rodeaban que entonasen el Credo. Mientras lo cantaban, entregó su alma a Dios. Era el 3 de noviembre de 1639. Su muerte causó profunda conmoción en la ciudad. Había sido el hermano y enfermero de todos, singularmente de los más pobres. El Papa Gregorio XVI lo declaró Beato en 1837. Fue canonizado por Juan XXIII en 1962. Sus continuos desvelos por atender a enfermos y necesitados, le valieron, por parte de todo el pueblo, el hermoso apelativo de "Martín de la caridad".

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