Durante la misa del pasado domingo 16 de octubre, celebrada en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, el Cardenal Norberto Rivera Carrera señaló que la Iglesia Católica con frecuencia es cuestionada sobre si puede y debe intervenir en el tema de la política, a lo que el Obispo contestó recurriendo al pasaje del Evangelio meditado ese día, en el que Jesús indica lo que un cristiano debe hacer.
Seguidamente explicó que para conciliar a la Iglesia y a la política, Cristo parte de la idea de que “el reino del César y el Reino de Dios no necesariamente se oponen” y así manifestó “una sentencia doctrinal decisiva para iluminar la conducta de los hombres ante la autoridad humana y ante la autoridad divina. Las relaciones de los ciudadanos con el estado y las relaciones con Dios: “den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios””.
El Arzobispo Primado de México describió así, “la necesaria y saludable separación entre religión y política, entre la Iglesia y el Estado. Separación, por supuesto que no quiere decir contraposición y mucho menos, mutua negación”.
"La primera afirmación de Jesús es una rotunda defensa del respeto y la obediencia que se debe a la autoridad civil legítimamente constituida o aceptada por el pueblo. El alcance del poder temporal tiene un horizonte muy amplio, tiene su legítima autonomía, como ya se declaró desde el Concilio Vaticano II. Abarca todo aquello que está destinado al bien de la comunidad, al marco jurídico-legal aprobado por la mayoría del pueblo o de sus legítimos representantes. Hay que obedecer al gobierno en todas las leyes y normas que tienen como meta los derechos humanos y sus deberes correspondientes".
Por otra parte, el Prelado insistió que hay ciertos límites para la autoridad civil, basados en aquello que va contra el ciudadano, puesto que “el poder del gobernante no tiene más función que el servicio efectivo al pueblo que lo eligió o aceptó”. Por ello es que no tiene por qué oponerse a los derechos divinos, que el mismo Jesús divide al expresar: “Den a Dios lo que es de Dios”, lo que significa que la autoridad humana no es absoluta; de manera que se le exige no sólo “que respete la ley natural, el proyecto de Dios sobre el hombre y no se oponga a él con leyes injustas o inhumanas”, sino que, también legisle y proteja la práctica de la libertad de conciencia, de religión y de culto.
"Este deber de “dar a Dios lo que es de Dios” no sólo compete al Estado, sino que urge también a cada uno, a cada una de las sociedades intermedias que debemos poner la obediencia a Dios por encima del respeto al César. Siendo la Iglesia la comunicadora de Jesús en la historia, podemos concluir que puede y debe meterse en política, pero como lo hizo Jesús. Es decir, recordando a los cristianos y a los hombres en general que deben respetar y obedecer a la autoridad en todo, y sólo aquello que se dirige al bien de la comunidad. Y recordando a la autoridad civil que sólo tiene poder para legislar en favor de los derechos y deberes humanos sin oponerse a los divinos. Si la Iglesia quiere ser fiel a su Maestro no puede descuidar la dimensión social del cristianismo, que nos manda dar al César lo que es del César, obedeciendo todas las leyes justas, pero también, defendiendo siempre la dimensión religiosa de todo ser humano, que nos ordena dar a Dios lo que es de Dios".
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