Bajo
el lema “Todos seremos transformados por la victoria de nuestro Señor
Jesucristo” (Cf. 1 Co 15,51-58), los fieles estamos llamados a celebrar una
semana de oración, ya que del 18 al 25 de enero de este año, pediremos por la
unidad de los cristianos.
La
Semana de oración reúne a innumerables congregaciones, parroquias y cristianos
de diferentes familias confesionales de todo el mundo para orar juntos en
celebraciones ecuménicas especiales. Cada año un grupo de asociados de una
región prepara un texto sobre un tema bíblico. Luego un grupo internacional de
participantes protestantes, ortodoxos y católicos, asistidos por el Consejo
Mundial de Iglesias, edita el texto, que es publicado por el Pontificio Consejo
para la Promoción de la Unidad de los Cristianos en el Vaticano y el Consejo
Mundial de Iglesias.
La
edición final es enviada a las iglesias miembros y las diócesis católicas
romanas, a quienes se invita a traducir el texto y contextualizarlo para su
propio uso.
El
tema de este año, "Todos seremos transformados por la victoria de nuestro
Señor Jesucristo", se basa en la primera epístola del apóstol Pablo a los
corintios, en que se promete la transformación de la vida humana, con toda su
dimensión aparente de "triunfo" y "derrota", a través de la
victoria de la resurrección de Cristo.
Cuando
los discípulos de Jesús discutían sobre "quién era el más importante"
(Mc9,34), se mostraba claramente que este impulso era fuerte. Pero la reacción
de Jesús era muy sencilla: "si alguno quiere ser el primero, colóquese en
último lugar y hágase servidor de todos" (Mc9,35). Estas palabras hablan
de victoria a través del servicio mutuo, ayudando, incrementando la autoestima
de los "últimos", los olvidados, los excluidos. Para todos los
cristianos la mejor expresión de este servicio humilde es Jesucristo, su
victoria sobre la muerte y su resurrección.
Es
en su vida, sus actos, su enseñanza, su sufrimiento, su muerte y su
resurrección donde queremos buscar inspiración para una vida moderna victoriosa
de fe que se expresa a través del compromiso social en un espíritu de humildad,
servicio y fidelidad al Evangelio. Y mientras aguardaba el sufrimiento y la
muerte que se avecinaba, oró por sus discípulos, para que sean uno y el mundo
crea. Esta "victoria" es posible sólo a través de la transformación
espiritual y la conversión. Por esta razón consideramos que el tema de nuestras
meditaciones deben ser esas palabras del Apóstol de las Naciones. Se trata de
lograr una victoria que integre a todos los cristianos en el servicio de Dios y
del prójimo.
Mientras
oramos y nos esforzamos por la plena unidad visible de la Iglesia, nosotros
mismos -y las tradiciones a las que pertenecemos -seremos transformados y
configurados a Cristo. La unidad por la que oramos podrá exigir la renovación
de algunas formas de vida eclesial que nos son familiares. Se trata de una
perspectiva fascinante pero que nos puede dar cierto temor. La unidad por la
que oramos no es una noción "cómoda" de amistad y cooperación.
Requiere una voluntad de dejar de competir entre nosotros. Tenemos que abrirnos
unos a otros, dar dones a los demás y recibir los dones que nos dan los otros,
con el fin de poder verdaderamente entrar en la nueva vida en Cristo, que es la
única verdadera victoria.
Hay
sitio para todos en el plan de salvación de Dios. A través de su muerte y
resurrección Cristo abarca a todos, independientemente de ganar o perder,
"para que todo el que cree en él tenga la vida eterna" (Jn3,15).
¡Nosotros también podemos participar en su victoria! Basta con creer en Él y
nos será más fácil vencer el mal con el bien.
A
lo largo de estos ocho días, se nos invita a reflexionar sobre un aspecto
distinto, de tal manera que el día primero se meditará sobre ser “Transformados
por Cristo Servidor. El hijo del hombre ha venido para servir” (cf. Mc10,45);
el segundo día: “Transformados por la espera paciente del Señor. Es menester
que cumplamos lo que Dios ha dispuesto”(Mt3,15); el tercer día: “Transformados
por el Siervo doliente. Cristo padeció por nosotros” (cf. 1Pe 2,21); el cuarto
día: “Transformados por la victoria del Señor sobre el mal. Vence al mal a
fuerza de bien” (Rm 12,21); el quinto día: “Transformados por la paz de Cristo
resucitado. Se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: la paz esté con
vosotros” (Jn 20,19); el sexto día: “Transformados por el amor inconmovible de
Dios. Nuestra fe es la que vence al mundo” (cf. 1Jn 5,4); el séptimo día:
“Transformados por el Buen Pastor. Apacienta mis ovejas” (Jn 21,17); y el
octavo día: “Reunidos en el Reino de Cristo. Al vencedor lo sentaré en mi
trono, junto a mí” (Ap 3,21).
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