miércoles, 13 de agosto de 2014


Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador

Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz

En la celebración de la Asunción de la Virgen María al Cielo, el texto bíblico tomado del Evangelio de san Lucas, (Lc 1, 35-56), nos habla de la visita que la Virgen María hace a su prima santa Isabel. Señala como al oír la voz de María, el niño que está en el vientre de Isabel, salta de gozo.

Este bello pasaje, también presenta la oración que conocemos como “La Magnífica”. Por eso reflexionemos sobre la expresión de la Virgen María: ¡Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador!

La Virgen María es modelo para todo cristiano. Ella es plenamente humana, lleva en su vientre al Hijo de Dios, pero no es una diosa. Su alegría es porque tiene fe, porque se siente amada y elegida por Dios, porque tiene una misión que cumplir, porque Dios es fiel a su Palabra y será llevada al Cielo.



Estos motivos de alegría de la Virgen María también han de ser motivo de alegría para nosotros, en particular cuando, comulgamos el Cuerpo de Cristo. ¿Acaso no tendríamos que maravillarnos y alegrarnos porque tenemos fe, porque nos experimentamos amados y elegidos por Dios, porque nos da una misión, porque Jesús mismo nos dijo que al alimentarnos de su Cuerpo y de su sangre tendremos Vida Nueva y Vida Eterna?

El fragmento bíblico que meditamos, también señala que la Virgen María regresó a su casa, es decir a su vida ordinaria. Sabemos lo que ocurrió con Ella, las dificultades que experimentó, incluso del dolor de ver a su Hijo, clavado en la Cruz. A pesar de que son pocos los textos del Evangelio que hablan de Ella, podemos percibir en la Virgen María la permanencia de: ¡Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador!
Nosotros, ciertamente no podemos evitar ni las ocupaciones ni las preocupaciones de cada día y ellas nos distraen de lo que realmente es importante. Esto nos produce miedo, angustia, enojo, que con el tiempo incluso se pueden volver habituales y enfermizas generando neurosis, traumas y complejos que pueden llegar a requerir atención psiquiátrica. Los psicólogos reconocen que la alegría es una expresión de salud mental.

Hoy dejemos que sea el Espíritu de Dios el que llene nuestra vida, como lo hizo con la Virgen María, de tal manera que la fe, el gozo y el servicio, que de Él brotan, se manifieste en nuestro corazón y en todo nuestro ser.

Jesús, nuestro Señor y Salvador, nos ofrece la Vida Eterna, un día estaremos en el Cielo con Él, con la Virgen María y con los santos, pero también nos ofrece la Vida Nueva: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Un signo de esa “abundancia” es la alegría que procede de Él, que es auténtica y mucho más grande de la que el mundo nos puede ofrecer, pues es eterna y es un anticipo del Cielo. Para conservarla y acrecentarla es importante que siempre tengamos puesta nuestra atención en Dios, realidad fundante, que nunca cambia. Para lograr esto contamos con su Gracia, con la Iglesia, los sacramentos, las buenas obras y la compañía de los demás.

Hoy, y ojalá siempre, dejemos que nuestra vida se llene de Dios.; hagámosle presente en medio de nuestros familiares y amigos y en los ambientes, donde realizamos nuestra vida. Con nuestras palabras y acciones demos testimonio de que ¡Mi espíritu se alegra en Jesús, mi Salvador!

“Padre amoroso, gracias por darme la vida y la fe. Gracias por darnos a tu Hijo Jesús y derramar  la gracia de tu Espíritu en mi corazón. Gracias por la Virgen María y los santos, que alegrándose en Ti, Te hacen presente en medio de la humanidad”.

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