Jesús Divina Misericordia te espera para derramar sobre ti su amor
Congreso Eucaristíco Arquidiocesano (CEA2016)
miércoles, 13 de agosto de 2014
Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador
Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz
En la celebración de la Asunción de la Virgen María al Cielo, el texto bíblico tomado del Evangelio de san Lucas, (Lc 1, 35-56), nos habla de la visita que la Virgen María hace a su prima santa Isabel. Señala como al oír la voz de María, el niño que está en el vientre de Isabel, salta de gozo.
Este bello pasaje, también presenta la oración que conocemos como “La Magnífica”. Por eso reflexionemos sobre la expresión de la Virgen María: ¡Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador!
La Virgen María es modelo para todo cristiano. Ella es plenamente humana, lleva en su vientre al Hijo de Dios, pero no es una diosa. Su alegría es porque tiene fe, porque se siente amada y elegida por Dios, porque tiene una misión que cumplir, porque Dios es fiel a su Palabra y será llevada al Cielo.
Estos motivos de alegría de la Virgen María también han de ser motivo de alegría para nosotros, en particular cuando, comulgamos el Cuerpo de Cristo. ¿Acaso no tendríamos que maravillarnos y alegrarnos porque tenemos fe, porque nos experimentamos amados y elegidos por Dios, porque nos da una misión, porque Jesús mismo nos dijo que al alimentarnos de su Cuerpo y de su sangre tendremos Vida Nueva y Vida Eterna?
El fragmento bíblico que meditamos, también señala que la Virgen María regresó a su casa, es decir a su vida ordinaria. Sabemos lo que ocurrió con Ella, las dificultades que experimentó, incluso del dolor de ver a su Hijo, clavado en la Cruz. A pesar de que son pocos los textos del Evangelio que hablan de Ella, podemos percibir en la Virgen María la permanencia de: ¡Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador!
Nosotros, ciertamente no podemos evitar ni las ocupaciones ni las preocupaciones de cada día y ellas nos distraen de lo que realmente es importante. Esto nos produce miedo, angustia, enojo, que con el tiempo incluso se pueden volver habituales y enfermizas generando neurosis, traumas y complejos que pueden llegar a requerir atención psiquiátrica. Los psicólogos reconocen que la alegría es una expresión de salud mental.
Hoy dejemos que sea el Espíritu de Dios el que llene nuestra vida, como lo hizo con la Virgen María, de tal manera que la fe, el gozo y el servicio, que de Él brotan, se manifieste en nuestro corazón y en todo nuestro ser.
Jesús, nuestro Señor y Salvador, nos ofrece la Vida Eterna, un día estaremos en el Cielo con Él, con la Virgen María y con los santos, pero también nos ofrece la Vida Nueva: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Un signo de esa “abundancia” es la alegría que procede de Él, que es auténtica y mucho más grande de la que el mundo nos puede ofrecer, pues es eterna y es un anticipo del Cielo. Para conservarla y acrecentarla es importante que siempre tengamos puesta nuestra atención en Dios, realidad fundante, que nunca cambia. Para lograr esto contamos con su Gracia, con la Iglesia, los sacramentos, las buenas obras y la compañía de los demás.
Hoy, y ojalá siempre, dejemos que nuestra vida se llene de Dios.; hagámosle presente en medio de nuestros familiares y amigos y en los ambientes, donde realizamos nuestra vida. Con nuestras palabras y acciones demos testimonio de que ¡Mi espíritu se alegra en Jesús, mi Salvador!
“Padre amoroso, gracias por darme la vida y la fe. Gracias por darnos a tu Hijo Jesús y derramar la gracia de tu Espíritu en mi corazón. Gracias por la Virgen María y los santos, que alegrándose en Ti, Te hacen presente en medio de la humanidad”.
Homenaje a Mons. Juan Esquerda Bifet
Como un reconocimiento a 60 Años de Vida Sacerdotal, Familia Eucarística, realizó un emotivo homenaje a Mons. Juan Esquerda Bifet, quien compartió su testimonio y algunas experiencias de estos 60 años.
Comentó que en este lapso ha celebrado alrededor de 22 mil Misas, aunque señaló que “No son muchas, es una sola, pues el sacrificio de Jesús, no se repite, se actualiza”.
Además, a lo largo de este tiempo, Mons. Juan Esquerda ha dado formación, direcciones espirituales, conferencias, ha escrito varios libros, etc. “En estos temas, me he centrado en tres líneas: Sacerdocio, Misión y Espiritualidad”.
Compartió que su vocación nació un poco en relación al Padre Miguel Agustín Pro, “Cuando empieza la persecución religiosa, incendiaron parroquias y en la mía sacaron las imágenes y las quemaron. Me acerqué a aquella hoguera y vi a un Cristo grande con el rostro en llamas, yo era un niño y me asusté mucho”.
“Cuando cursaba el primer año de bachillerato, no sé por qué pero le dije a mi papá que ya no quería estudiar más. Hablé con un maestro y le dijo a mi papá que yo tenía vocación de sacerdote y quise hacer la prueba. Durante 30 días, tenía que estar en oración frente al Santísimo, al principio no descubría nada, pero después, desde ese entonces, que era el año 1943, me es imposible dejar las visitas a al Santísimo”.
lunes, 11 de agosto de 2014
14-08-11 LECTIO DIVINA.
Santa Clara. Mt 17, 22-27. LA IMPORTANCIA DEL TESTIMONIO.
Ciertamente la vida
es corta, y hoy parece que cada vez está más acelerada y todo pasa rápido. La
noticia de hoy, pronto es suplantada por un nuevo acontecimiento y en medio de esta vorágine de hechos se nos olvida de
la importancia del testimonio. Dar testimonio significa tener conciencia de
quién soy y por qué hago, lo que hago. Dar testimonio es enseñar a las nuevas
generaciones y respetar al otro que tiene derecho a conocer los principios que
rigen mi vida. Dar testimonio es ser fiel a mí mismo y a mis valores. Dar
testimonio es ayudar a que el mundo sea mejor. Dar testimonio es manifestar mi
identidad.
Los motivos señalados son válidos y son superados cuando el Testimonio se refiere a mi ser cristiano, a mi ser católico. Porque entonces, el testimonio ya no se refiere sólo a mí o a mis valores familiares, sino a Cristo, porque mi testimonio de fe, me hace testigo del amor de Dios, me lleva a dar testimonio de la Salvación y a vivir como hijo de Dios, es decir, ser como Cristo.
El fragmento del Evangelio según San Mateo, que meditamos hoy, señala el buen humor de Jesús y su testimonio respetuoso a las leyes judías, en este caso un impuesto, el cual pagará “para no darles mal ejemplo” (Mt 17,27). Como bautizados estamos llamados a dar testimonio y a no dejarnos llevar y dar mal ejemplo, solo porque “los demás también lo hacen”. El cristiano donde quiera que esté ha de esforzarse en dar testimonio de honradez, de servicio, de responsabilidad y solidaridad, aunque otros sean corruptos, mentirosos, irresponsables, incumplidos y se aprovechen del más débil.
Desde pequeños, con el ejemplo de los padres los hijos han de aprender a ser fieles y castos, amorosos y serviciales, a no decir mentiras; a ser solidarios en las labores del hogar, a realizar sus tareas y cumplir sus compromisos; a ser leales y respetuosos con todos, en particular con los ancianos, a ayudar a quien lo necesita por sus limitaciones, enfermedad o pobreza. Y sobre todo, desde la propia familia y como familia, el católico debe de dar testimonio de fe, de su pertenencia a Cristo y a su Iglesia; a ir a Misa, a confesarse, a tener un apostolado.
El niño, el joven, están llamados a ser testigos de Cristo en medio de los que tienen su edad, así como los solteros y los casados, con los que tienen su misma condición. El católico en todo lugar: en el trabajo, en la escuela, en la sana diversión, en la calle, debe de estar consciente de su misión de ser testigo de Cristo y lo ha de hacer, no como si esto fuera un fardo o una carga, sino con la alegría de experimentar que el mismo Señor Jesucristo, le anima y le acompaña. De esta manera, como bautizados no solo ayudamos a que el mundo sea mejor, sino que también somos felices, construimos el Reino de Dios en medio de los hombres y alcanzamos la Vida Eterna.
Santa Clara, fue (s. XIII) fue testigo del amor de Jesús, al que imitó en su pobreza, obediencia y caridad.
Jesucristo es el testigo del amor del Padre, sus palabras y hechos así lo manifiestan: “quien me ve a Mí, ve al Padre (Jn 14,9). Tú y yo, todos los bautizados, estamos llamados a ser testigos del amor y la presencia de Dios en medio de la humanidad. “ustedes son mis testigos” (Is 43,10). Asumamos esta tarea con entusiasmo, hasta alcanzar la santidad.
Los motivos señalados son válidos y son superados cuando el Testimonio se refiere a mi ser cristiano, a mi ser católico. Porque entonces, el testimonio ya no se refiere sólo a mí o a mis valores familiares, sino a Cristo, porque mi testimonio de fe, me hace testigo del amor de Dios, me lleva a dar testimonio de la Salvación y a vivir como hijo de Dios, es decir, ser como Cristo.
El fragmento del Evangelio según San Mateo, que meditamos hoy, señala el buen humor de Jesús y su testimonio respetuoso a las leyes judías, en este caso un impuesto, el cual pagará “para no darles mal ejemplo” (Mt 17,27). Como bautizados estamos llamados a dar testimonio y a no dejarnos llevar y dar mal ejemplo, solo porque “los demás también lo hacen”. El cristiano donde quiera que esté ha de esforzarse en dar testimonio de honradez, de servicio, de responsabilidad y solidaridad, aunque otros sean corruptos, mentirosos, irresponsables, incumplidos y se aprovechen del más débil.
Desde pequeños, con el ejemplo de los padres los hijos han de aprender a ser fieles y castos, amorosos y serviciales, a no decir mentiras; a ser solidarios en las labores del hogar, a realizar sus tareas y cumplir sus compromisos; a ser leales y respetuosos con todos, en particular con los ancianos, a ayudar a quien lo necesita por sus limitaciones, enfermedad o pobreza. Y sobre todo, desde la propia familia y como familia, el católico debe de dar testimonio de fe, de su pertenencia a Cristo y a su Iglesia; a ir a Misa, a confesarse, a tener un apostolado.
El niño, el joven, están llamados a ser testigos de Cristo en medio de los que tienen su edad, así como los solteros y los casados, con los que tienen su misma condición. El católico en todo lugar: en el trabajo, en la escuela, en la sana diversión, en la calle, debe de estar consciente de su misión de ser testigo de Cristo y lo ha de hacer, no como si esto fuera un fardo o una carga, sino con la alegría de experimentar que el mismo Señor Jesucristo, le anima y le acompaña. De esta manera, como bautizados no solo ayudamos a que el mundo sea mejor, sino que también somos felices, construimos el Reino de Dios en medio de los hombres y alcanzamos la Vida Eterna.
Santa Clara, fue (s. XIII) fue testigo del amor de Jesús, al que imitó en su pobreza, obediencia y caridad.
Jesucristo es el testigo del amor del Padre, sus palabras y hechos así lo manifiestan: “quien me ve a Mí, ve al Padre (Jn 14,9). Tú y yo, todos los bautizados, estamos llamados a ser testigos del amor y la presencia de Dios en medio de la humanidad. “ustedes son mis testigos” (Is 43,10). Asumamos esta tarea con entusiasmo, hasta alcanzar la santidad.
PREPARA LA MISA DEL
DOMINGO
14-08-10 LECTIO DIVINA DOMINICAL. Mt 14,22-33.
EL SEÑOR JESÚS, ESTÁ EN
MEDIO DE LA TORMENTA. “¡Ánimo, no tengan miedo, soy Yo!” La Fe en Jesucristo le
da rumbo a nuestra vida. La Fe en Jesús, nos da alegría, gozo y paz. La Fe en el Salvador nos fortalece y nos ayuda a
mantenernos firmes y seguros, a pesar de los problemas y las dificultades de la
vida. La fe no es sólo para cuando tenemos algún problema o dificultad. La fe
es para todos los días y todos los instantes de nuestra existencia. Jesús se
mantiene en oración por sus apóstoles y por todos los que creerán en Él, por el
testimonio de ellos (cf. Jn 17,20). En el fragmento del Evangelio de hoy, Mateo
señala que Jesús, físicamente no estaba con sus discípulos, cuando la barca en
la que iban es zarandeada por las olas. Sin embargo, aunque no lo veían, Jesús
estaba con ellos, pues los tenía en su oración. Los discípulos, ante lo
inmediato, tienen miedo, se llenan de pánico. En medio de la tormenta, Jesús se
les acerca, caminando sobre las olas. No lo reconocen porque el miedo les nubla
la fe. Su miedo se incrementa y gritan. ¡Lo confunden con un fantasma! Cuando
en medio de sus gritos, oyen a Jesús, Quien les dice "¡Ánimo, soy Yo, no
tengan miedo!", un poco de paz llega a sus corazones, pero su confianza
todavía no es total.
Lleno de “valor humano” pero no de fe, Pedro quiere caminar sobre las aguas. Le llama la tención lo extraordinario, también “él quiere caminar sobre el agua” y para hacerlo dirá: Señor, mándame ir a Ti (cf. Mt 14, 28). Deja la barca y al hacerlo, se llena de miedo y ve que se hunde. Pide auxilio a Jesús “Señor, sálvame”. Él lo toma de la mano y le dice. "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?". Lo saca del agua, suben a la barca, el viento y las aguas se calman. Ante este hecho, la fe de los discípulos se fortalece y postrándose ante Jesús, lo reconocen como el “Hijo de Dios”.
Este pasaje, nos muestra el proceso de la fe. No basta decir: “yo creo en Jesús”, “yo soy católico”, “te seguiré Señor”. Es necesario mantenerse en la confianza en Dios en medio de los problemas personales y familiares, los errores de la Iglesia y el mal del mundo. No basta ser como “flor de un día” lleno de entusiasmo hoy y “desinflado” al día siguiente. No es suficiente alabar todo en el grupo parroquial, en la comunidad, en el párroco o el Papa y poco tiempo después ser de los principales detractores. No basta decir “te quiero” y luego hablar mal del prójimo. No es suficiente tener la foto de la boda y luego estar en pleitos, desavenencias o llegar al divorcio. No basta…
Como los discípulos de Jesús, los que estamos en la Iglesia (representada por la barca) y en el mundo (representado por el mar), si no tenemos nuestra fe, bien cimentada en Cristo, los problemas, las mentiras, los chismes, la economía, el hedonismo, el relativismo y otras cosas más (que son representados por el viento y la olas) nos pueden llevar a olvidarnos que somos de Cristo, que Él ora por nosotros y que con nosotros está. Sin esa certeza, algunos se alejarán y perderán el rumbo, se enfriarán en su fe. Los que perseveran, aprenderán a no perder la calma, a tener paz en sus corazones y a fortalecer la fe de los demás.
La enseñanza de este pasaje es clara: conservar siempre la fe, no desesperarse por nada, mantener siempre la calma, actuar siempre de acuerdo a las enseñanzas de Cristo. Lo fundamental y que nunca debe de olvidársenos es que JESÚS, SIEMPRE ESTÁ CON NOSOTROS, AUNQUE NO LO VEAMOS. Aunque la barca se mueva y el mar esté agitado, nunca perder la calma. EL SEÑOR JESÚS ESTÁ SIEMPRE CON NOSOTROS. Recordemos a Santo Domingo de Guzmán, que al igual que muchos santos, consciente de la presencia de Cristo en su vida, era un nombre ecuánime, de corazón alegre y lleno paz, su rostro revelaba la placidez y armonía de su espíritu y su amabilidad y servicio para con todos. Así debemos ser también nosotros.
Revisemos el itinerario de la fe. Reconozcamos las maneras en las que Cristo ha estado con nosotros: Cuando éramos pequeños, en nuestra adolescencia y vida adulta, en nuestra soltería y matrimonio. Démosle gracias, porque en medio de infinidad de tormentas que hemos pasado, Él ha estado con nosotros y nuestra fe se ha fortalecido.
Señor, dame la gracia de experimentar diariamente tu presencia en mi vida y en todo lo que me rodea, de tal manera que a pesar de que las personas y las circunstancias que me rodean, no son como “yo pienso o deseo que sean”, pueda reconocer que tu amor es más grande que todo y todos los días crezca en la fe y en tu amor, para mantenerme firme en mi decisión de colaborar en la construcción de tu Reino, en medio de las calamidades y los errores y pecados del mundo, pues sólo así, en medio de la obscuridad, podré llevar tu luz; en medio de la tormenta, tu calma; en medio de la guerra, tu paz; en medio de la maldad tu bondad, en medio del resentimiento tu perdón y en medio del odio, tu amor.
Lleno de “valor humano” pero no de fe, Pedro quiere caminar sobre las aguas. Le llama la tención lo extraordinario, también “él quiere caminar sobre el agua” y para hacerlo dirá: Señor, mándame ir a Ti (cf. Mt 14, 28). Deja la barca y al hacerlo, se llena de miedo y ve que se hunde. Pide auxilio a Jesús “Señor, sálvame”. Él lo toma de la mano y le dice. "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?". Lo saca del agua, suben a la barca, el viento y las aguas se calman. Ante este hecho, la fe de los discípulos se fortalece y postrándose ante Jesús, lo reconocen como el “Hijo de Dios”.
Este pasaje, nos muestra el proceso de la fe. No basta decir: “yo creo en Jesús”, “yo soy católico”, “te seguiré Señor”. Es necesario mantenerse en la confianza en Dios en medio de los problemas personales y familiares, los errores de la Iglesia y el mal del mundo. No basta ser como “flor de un día” lleno de entusiasmo hoy y “desinflado” al día siguiente. No es suficiente alabar todo en el grupo parroquial, en la comunidad, en el párroco o el Papa y poco tiempo después ser de los principales detractores. No basta decir “te quiero” y luego hablar mal del prójimo. No es suficiente tener la foto de la boda y luego estar en pleitos, desavenencias o llegar al divorcio. No basta…
Como los discípulos de Jesús, los que estamos en la Iglesia (representada por la barca) y en el mundo (representado por el mar), si no tenemos nuestra fe, bien cimentada en Cristo, los problemas, las mentiras, los chismes, la economía, el hedonismo, el relativismo y otras cosas más (que son representados por el viento y la olas) nos pueden llevar a olvidarnos que somos de Cristo, que Él ora por nosotros y que con nosotros está. Sin esa certeza, algunos se alejarán y perderán el rumbo, se enfriarán en su fe. Los que perseveran, aprenderán a no perder la calma, a tener paz en sus corazones y a fortalecer la fe de los demás.
La enseñanza de este pasaje es clara: conservar siempre la fe, no desesperarse por nada, mantener siempre la calma, actuar siempre de acuerdo a las enseñanzas de Cristo. Lo fundamental y que nunca debe de olvidársenos es que JESÚS, SIEMPRE ESTÁ CON NOSOTROS, AUNQUE NO LO VEAMOS. Aunque la barca se mueva y el mar esté agitado, nunca perder la calma. EL SEÑOR JESÚS ESTÁ SIEMPRE CON NOSOTROS. Recordemos a Santo Domingo de Guzmán, que al igual que muchos santos, consciente de la presencia de Cristo en su vida, era un nombre ecuánime, de corazón alegre y lleno paz, su rostro revelaba la placidez y armonía de su espíritu y su amabilidad y servicio para con todos. Así debemos ser también nosotros.
Revisemos el itinerario de la fe. Reconozcamos las maneras en las que Cristo ha estado con nosotros: Cuando éramos pequeños, en nuestra adolescencia y vida adulta, en nuestra soltería y matrimonio. Démosle gracias, porque en medio de infinidad de tormentas que hemos pasado, Él ha estado con nosotros y nuestra fe se ha fortalecido.
Señor, dame la gracia de experimentar diariamente tu presencia en mi vida y en todo lo que me rodea, de tal manera que a pesar de que las personas y las circunstancias que me rodean, no son como “yo pienso o deseo que sean”, pueda reconocer que tu amor es más grande que todo y todos los días crezca en la fe y en tu amor, para mantenerme firme en mi decisión de colaborar en la construcción de tu Reino, en medio de las calamidades y los errores y pecados del mundo, pues sólo así, en medio de la obscuridad, podré llevar tu luz; en medio de la tormenta, tu calma; en medio de la guerra, tu paz; en medio de la maldad tu bondad, en medio del resentimiento tu perdón y en medio del odio, tu amor.
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